Puré y dulce de batata

Hoy, hace un rato, en la mesa de al lado, había una vieja. La suelo ver por algunas esquinas cercanas, dando vueltas, como esperando a alguien, siempre sola.
El encargado del restorán la saluda por su nombre: "Hola Nelly". Nelly se sienta, pide la comida. En la tele, encendida y enganchada en altura, pasan un partido de fútbol. Y la verdad es que sin anteojos no alcanzo a ver las iniciales de los equipos que juegan y, francamente, tampoco me interesa. Pero intento interesarme para no pensar en Nelly, que está sentada en la mesa de al lado y a la que le han servido un puré de papas y nada más. Si es un favor, un acto de solidaridad el hecho de esta cena de Nelly en este restorán, la verdad es que es una solidaridad muy tacaña porque servirle puré, mientras en las mesas de alrededor se come carne, pollo o pastas con salsas gruesas y aceitosas, es francamente, un insulto. En mi mesa los cubiertos revolotean, las migas cubren casi por completo el mantel, las niñas se quejan y duermen y se despiertan y lloran y hablan y gruñen y ríen. Nelly parece mirarlas de reojo, mientras se lleva a la boca el tenedor cargado de puré de papas. No me preocupo, ni siquiera me molesto remotamente porque Nelly, hace tiempo, está en un mundo propio. Está en el mundo de las cosas blanditas y mullidas, como las niñas que se sientan a mi mesa, solo que de ahí, de esa mullidez, pasará a la nada, al adiós. La nariz es larga y redonda, lleva un traje de pana marrón, hasta la rodilla, zapatos de zapatería que vende pantuflas y plantillas especiales y una boca muy pero muy hundida. Nelly empieza a frotar su hombro izquierdo contra el respaldo de la silla, una y otra vez. Cobra un rtimo ese movimiento suyo y sé, en ese momento, que Nelly será inolvidable para mí, al menos por un tiempo.  Y es que en ciertos estados de conciencia, prende como nunca una Nelly, que es viejita como un bebé, que come puré porque, claro, es evidente, y se hace más evidente aún cuando el postre que aterriza en su mesa es un trozo de dulce de batata (y ella se dedica con esmero a pisarlo para que se convierta en una papilla) que sus encías están absolutamente desnudas. Pero olvidemos los estados de conciencia particulares y pensemos en Nelly como la protagonista de un relato. Pensemos en Julio Cortázar, que escribe:

El cuentista trabaja con un material que calificamos de significativo. El elemento significativo del cuento parecería residir principalmente en su tema, en el hecho de escoger un acaecimiento real o fingido que posea esa misteriosa propiedad de irradiar algo más allá de sí mismo, al punto que un vulgar episodio doméstico, como ocurre en tantos admirables relatos de una Katherine Mansfield o un Sherwood Anderson, se convierta en el resumen implacable de una cierta condición humana, o en el símbolo quemante de un orden social o histórico. Un cuento es significativo cuando quiebra sus propios límites con esa explosión de energía espiritual que ilumina bruscamente algo que va mucho más allá de la pequeña y a veces miserable anécdota que cuenta.


(Cortázar, Julio, “Algunos aspectos del cuento”, en: Obra crítica/2, Buenos Aires, Punto de lectura, 2004. Originalmente publicado en Diez años de la revista “Casa de las Américas”, nº 60, julio 1970, La Habana.)

Y pensemos otra vez en esa boca sin dientes, en cómo tal vez los ha perdido, en el frote del hombro en la silla. Pensemos en Nellly que pregunta la hora y recibe a cambio las amables palabras del encargado: "Las 9. Las nueve exactas, Nelly". Toma, ella, su billetera alargada, que es una especie de monedero, y salda su cuenta de esta noche. Es un billete azul lo que deja bien asegurado bajo el pesado plato de loza. Mi vista no está tan mala como para perder ese detalle. Es un billete azul, con la cara estampada del señor Bartolomé Mitre, no hay dudas.
Satisfecha, Nelly se levanta y se va.

Comentarios

  1. !Cuántas Nellys encontramos a cada lado y no las vemos! Me encantó!!!!
    Irene

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