The sense of an ending
Cuando la luz se
tornó, finalmente, naranja, y las paredes blancas de los edificios comenzaron a
diluirse en ocres irreales, me acordé de Bradbury. Es que recuerdo que leí Fahrenheit con esa sensación de refugio,
de final, de vaticinio, con la que ayer vi el ocre y el naranja adueñarse del
cielo y del aire y de la misma oscuridad que iba tomando mi casa, de a poco.
Un cielo de óleo,
de acrílico. Unas líneas de un cuento. Un diálogo en una novela. Ayer, cuando
la luz se tornó finalmente naranja, y las paredes de los edificios comenzaron a
diluirse en ocres irreales, tuve la certeza, de pronto, de que ciertas
realidades se comprenden mejor a través de la ficción. Entendí aquello que
había leído y releído: la ficción ordena, la narración hace sucesivo aquello
que es simultáneo y caótico. Ese cielo y mi balcón, ese cielo y mi casa, vacía;
ese cielo y las nubes, acelerando el vuelo entre antenas y pararrayos no son
posibles, excepto en este pedacito de papel. Una palabra tras otra (escribí, Lubke). Una palabra tras otra,
una verdadera línea, una única línea a la que nada se atreve a quebrar, a romper,
a descuartizar. ¿La ficción ordena los demonios? ¿Los exorciza? ¿Los sublima?
Me levanto,
finalmente, en el silencio de mi casa aún sin luz. No hay zumbido de aires, no
hay ritmos conocidos de heladeras ni arranques abruptos de ascensores. No hay
pies de niñas sobre el piso de madera. Hay como identidades despojadas,
arrancadas. Mi cara, en el espejo, no la veo, y entonces, otra vez, la luz ocre
e irreal del último anochecer me recuerda el final de todo. Pero no el final
apocalíptico ni mítico, ni siquiera metafórico. Vuelvo a la ficción: se trata
del sentido de un final, del cierre
de un relato. The sense of an ending. Y desde ese final,
recapitular principio y medio; inicio y nudo.
Bajo, entonces, los
siete pisos por la escalera. Mis pies sobre el asfalto: es tan liviano el paso,
sin tironeos, sin electricidad, sin (casi) comunicación. Cuando la luz (ahora),
cuando la luz de esta mañana se torne más brillante, voy a tener que huir de la
locura en las palabras, o en el color que se esconde en el óleo, o en el sonido
de alguna canción, o en las palabras de esa canción, o en el trazo de tu
rostro, sea quien seas, superpuesto, sobre el mío.
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