Blanco

Pasé y en un segundo, en menos de un segundo, la vi. De blanco pero de esos blancos molestos, de los que enceguecen de manera brutal y te dejan con pintitas de colores la retina, de blanco, gaseosa, enorme, satisfecha de sí, ahí estaba, sacándose la foto del álbum. De frac, él le sostenía la cintura, casi la agarraba, casi soez pero no, casi con deseo pero tampoco. El pelo de ella era negro y parecía cubierto de resina. Brillaba en el mediodía de hoy, brillaba como el lomo de un caballo, refulgía, si es posible eso, contra la corteza de un árbol de los parques de Palermo. Pasé a velocidad media, casi lenta. Hoy fue mi primer día en bicicleta y el mundo fue inocente por un rato. Pasé y los vi, y el blanco de su vestido ocupaba todo el parque y el parque era la cuidad entera. Algo blanco, tuve una vez también. Pasé, calzas roídas, remera con una inscripción indescifrable, gafas, bicicleta. En ese microsegundo, vi el momento preciso en el que ella, de blanco, ella, a punto de entrar en la recepción con un tema remixado de Maná, ella, en ese momento glorioso e inmaculado, ella, se metía el dedo entre los dientes (las paletas para ser justa) y se quitaba un trozo de algo. Desde mi paso fugaz, ese algo era un pedacito de tira de asado, tal vez de la noche anterior, tal vez del asado de la despedida de soltera, tal vez desde el instante en que la madrina le dijo que no, que no era momento de levantarse e ir al toilet y cepillarse los dientes porque venía en cualquier momento Julita con la torta, el stripper y el champán.
Él no vio el ademán de su novia, ya esposa,  en el momento justo de quitarse el gramo de carne de las encías hinchadas, no lo vio pero lo vería mil veces en los próximos veinte o treinta años. Mil veces o dos mil o dos millones, en las siestas, en las noches, en las vacaciones en la playa, en los casamientos de los hijos, de los nietos.
Pasé y hacía calor y mi campera polar molestaba porque viene la primavera, pronto. Pasé y cuando miré hacia atrás, ya no estaban.