Futuro


El viejo estaba parado de espaldas al mar. Movía las piernas despacio. Levantaba la derecha, después la izquierda. Tomaba aire, miraba el cielo que se desgajaba en rosas y azules. Cuando pasé por delante de él me miró como yo hubiera mirado a una chica de quince años. Algo en torno a los años, el tiempo, el paso de los días. De lo que quedó atrás, en algún lugar irreconocible ya. El pasado es eso me parece. Un terreno que alguna vez fue familiar y al que volvemos como desconocidos. O a lo mejor eso es lo que son los recuerdos. Tenía una boina el viejo. Pantalones de gabardina. Zapatillas. Lentes. Le daba la espalda al mar y a la isla pero miraba el cielo. La muerte, pensé. Todo el tiempo pienso en la muerte. No en los detalles, ni tampoco en alguna filosofía que la explique. La pienso como lo que es. Un cese pragmático de las funciones vitales. Y un viaje, pero no, nada de túneles luminosos y máquinas de humo de fiestas de quince. El viaje no lo hacen quienes mueren. Lo emprenden los que sobreviven. Los que sobrevivimos. Llevamos ese cuerpo y ese recuerdo del muerto a un lugar irreconocible y familiar. Lo lloramos, lo visitamos, compramos una pastilla de tic tac, medio clonazepam, un tilo. Qué más da cuál es la manera de cada uno para sobrevivir a sus muertos. El viejo tiene los pies en la tierra y los mueve. Yo paso, lo dejo atrás. Hace tanto que no tengo quince años. Rengueo, llevo a todos en mi pie. Una herida a cada lado. Una por cada uno. Yo llevo, acarreo, empujo, hago upa, acuno, duermo, alimento, curo. A veces navego y por una borda imaginaria voy tirando ceniceros, cenizas, las cáscaras de manzana que mi papá se comía, o el mate de una tarde de 1979. Rengueo, llevo todos los lugares comunes encima. Soy un lugar común. Un punto en un mapa. Algo. Un día voy a ser el viejo y sus piernas que aún se mueven. Y el cielo. Voy a ser todo eso, desgajada en nubes rosas, fucsias, azules.

Comentarios

Entradas populares