Bailar y llorar
Ya no sé nada del mundo y el mundo no sabe de mí. Domingo, San Telmo, caminata y palo santo. Las cuadras, tantas veces transitadas de pronto se mezclan con un estado extraño. No hay palabras. Hubo, sí, un sueño. Luminoso, el sueño. Y luego, escuché las letras. En esa secuencia exacta: el sueño, la música y las letras. Y las letras de todas esas canciones eran como el sueño. Y el sueño y las letras eran una sola cosa: la infancia, la arena, el mar. Pero no mi infancia y mi arena y mi mar. Más bien algo general, como dulce y universal. En el sueño hay acciones que no se pueden traducir en palabras. Solo colores, en el orden del naranja, el ocre, el blanco. Solo ruidos: el mar calmo pero continuo. Escucho las letras y las canciones. Llorar y bailar, son las primeras palabras que leo, y aparto la vista. No es posible llorar y bailar, pero, lo es. Granada. Una bomba. Una revolución pequeña en la cocina, en el piso de madera, en los almohadones dispersos, en acentos distintos, palabras que son iguales pero diferentes, fronteras inexistentes. No es escritura, no, ya no la hay. Es el límite de la palabra, de lo dicho y de lo que es posible decir. Los hombres estamos rotos en mil pedazos y hoy, domingo, se comprueba en las calles. Caminé desde San Telmo. El paso rápido, evadiendo más que nada el propio murmullo del discurso, ahí adentro, enclaustrado, sin cesar. Paro en un puesto de la calle Defensa y veo unos troncos envueltos en un celofán, Recuerdo el olor ese, el del palo santo, una noche. Era pacífico. ¿Cómo un olor puede ser pacífico? Y sobre todo: ¿cómo es posible bailar y llorar?
Cruzo el patio, por vez número mil. Ya prefiero aprender a enseñar. O más bien, no hay dicotomías. Se cayeron todas, con serenidad.
Gran Santiago. ¿Qué es eso tan familiar y lejano a la vez? La mente racional apunta: interesante. Lo otro, sonríe. Dicen, he escuchado que dicen, que solo es posible conocer por pequeñas percepciones sí, solo los fragmentos, solo una parte por el todo. No es posible conocer a nadie, no es posible conocer, solamente retazos, vestigios, como cuando uno asoma y corre apenas la cortina. Suena, Gran Santiago, y apago aquí. El sueño es luminoso. Y la costa se alumbra, toda, dicen, en el año nuevo, y también en los sueños, y en lugares remotos y cercanos, imposibles pero que ocurren, como bailar y llorar.
Cruzo el patio, por vez número mil. Ya prefiero aprender a enseñar. O más bien, no hay dicotomías. Se cayeron todas, con serenidad.
Gran Santiago. ¿Qué es eso tan familiar y lejano a la vez? La mente racional apunta: interesante. Lo otro, sonríe. Dicen, he escuchado que dicen, que solo es posible conocer por pequeñas percepciones sí, solo los fragmentos, solo una parte por el todo. No es posible conocer a nadie, no es posible conocer, solamente retazos, vestigios, como cuando uno asoma y corre apenas la cortina. Suena, Gran Santiago, y apago aquí. El sueño es luminoso. Y la costa se alumbra, toda, dicen, en el año nuevo, y también en los sueños, y en lugares remotos y cercanos, imposibles pero que ocurren, como bailar y llorar.
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