Marzo

Nada. Que otra vez. Que otra vez recorro el cuerpo ya trazado por otros, caminado, marcado, adorado. Que hoy todo llega viejo, a destiempo, ya viajado, transitado y de vuelta. Que los ojos de alguien se crucen en el camino sin querer, que el camino no tenga principio ni fin, que los asuntos pendientes vuelvan y que los presentes retrocedan. Que los aviones me acunen más que las camas, que el océano se acorte, que cruce y llegue y ya no vuelva. Que sea extraña hasta en el cuadrado imperfecto de mi habitación, que te sea extraña siempre, que las cercanías y distancias, las geografías y los mapas desaparezcan de una vez. Que quede nada, o el olor o la caricia, o un disco que suena en una noche cualquiera que podría haber sido ésta o cualquier otra. Que la lluvia traiga suerte o lágrimas o sonrisas. Que ya no suene nada, que venga el silencio o el ruido que hacíamos en el callar de todo lo demás, que sea el día del abrazo que vuelve desde tan lejos que hasta perdí la ruta, de vuelta, a casa. Que no sepa qué es casa, que el aire a quince mil pies me expulse de aquí, que una razón –una sola- gane al deseo, que el vaso dorado se ilumine con el hielo en tus manos, que sepas, que sepan, que estoy lejos: postal desde el otro lado del mundo, coraza de hierro, manos de huesos profundos, tres décadas largas, el eco de vidas ajenas, la curva de una calle en otra ciudad, ese día de coincidencias absurdas, marzo, fines.

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