Los años sin voz o diario de la sangre. 2 de enero de 2019. Estallido.
Suena el trueno. O el ruido de esa combinación de aire y corriente eléctrica. Mira por la ventana y las nubes se caen como algodones mojados. Llega la abuela, la madre del padre de las nenas, su ex suegra. Las va a llevar a la colonia. Otro trueno. Se sienta al lado de ella, el olor familiar de eso que fue. Ex. Ex todo. Hablan de Miramar, donde la abuela vive. La mujer más joven está obsesionada con el Vivero Florentino Ameghino. Es que Florentino tiró en el predio, hace más de un siglo, semillas de todos lados. Pero de TODOS lados y TODAS AL MISMO TIEMPO. Crecen desde plátanos hasta pinos de alta montaña. Conviven calas gigantes con cactus. Necesita conocer ese lugar. Últimamente piensa en la exhuberancia. En lo voluptuoso. Las plantas amándose u odiándose pero cerca. Enredadas. Como la tela azul del vestido casi inexistente que se pega a las piernas, al sudor. Cae una gota por la espalda. Bip del celular y fin de la conversación. Es hora de ir a la colonia. Las hijas se preparan, tiran besos y se van con la abuela. Otro trueno, esta vez la lluvia viene y despeja, y la mujer joven camina hasta la ventana y posa, como si alguien la viera, el vestido azul flamea un poco, sonríe a medias. Espera.
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