20 de marzo, 1931: 20 de marzo, 2012

Se bajó los anteojos hasta casi la punta de la nariz y me dijo que esa revista que hacíamos carecía de sexo. Nunca llegué a entender si él se refería a una cuestión genérica (¿la revista debía tener una identidad femenina o masculina?) o bien si su sugerencia apuntaba a que aquellas personas que la confeccionábamos debíamos revisar o cambiar ciertas pautas de nuestra vida privada. No sé, tal vez se refería al amor en general: sexo, amor, cuerpo, nuevamente sexo. A la distancia, me arriesgo a decir que hablaba de mí. De un cuerpo que percibía encarcelado, de huidas que no conocía pero que intuía. De ademanes de una tristeza ligera.

La adoraba, incondicionalmente. Adoraba los ojos de M, clavados en los suyos, le encantaba que pasara, M, horas y horas en casa, hundiendo sus narices y sus anteojos en los libros de la biblioteca del "cuarto del medio", que ya era prácticamente el cuarto de ella. Una noche de 1993, como si nada, como si fuera parte del ruido ambiente, sin mayores vueltas me avisó, por las dudas, que Derecho era, debía confesarlo, una disciplina aburrida y que si bien él había sido muy feliz con ella, no era, realmente, un camino para mí. Esa fue su gran estrategia: dar el permiso antes de que yo se lo pidiera, adelantarse a mi propia rebelión, anticipar la jugada. A era un ajedrecista "pasable", adjetivo, que, dicho sea de paso, le fascinaba. Era la respuesta perfecta para la degradación elegante, era la sonrisa malvada que había detrás de cierta dulzura.

Una semana santa de 1994, sola en aquella casa, como casi siempre, no lograba dar con un libro. Era Los griegos, de Kitto, o Kitt o algo similar. Necesitaba el libro para rendir un examen. Ellos se habían ido de viaje, como de costumbre. Y el libro no estaba. Por la noche, su voz risueña en el teléfono me comunicaba que el libro estaba en su poder. Se lo había llevado para leer en el viaje. Durante años y hasta que terminé Letras, mis libros desaparecían y aparecían discretamente. Era el lector en mi hombro, susurrante.

Después del 96 ciertas cosas cambiaron. No muchas. Sus manos seguían el ademán de los compases de Schumann, de su Mahler amado, de su Strauss. Seguía con la ilusión intacta de que su destino debería haber sido el de director de orquesta. Leía como una hiena hambrienta. M y yo lo ayudamos a leer cuando sus ojos le flaquearon. M era una especie de hija, de otra hija. Y eso, eso era mucho decir.

Nunca supo de una cita, de una puerta abierta y cerrada violentamente. Nunca supo que quise salir de mi cárcel, que salí al mundo por un ratito, que dejé la sala de terapia en la que se recuperaba, que dejé los libros en casa un ratito, que lo intenté. No supo que hubo encuentros y desencuentros, cartas perdidas, pocas palabras, un bar que se escurría del mapa, justo en la esquina de Belgrano y Entre Ríos.

Nunca, tampoco, se me hubiera ocurrido escribir algo en las vísperas de un cumpleaños que existe quién sabe dónde y cómo. Nunca lo hice antes; luego de ocho años, esta es la primera vez. A inisitía con una frase. En su momento, para mí era como una especie de canturreo sin sentido. "No hay linealidad", repetía. "No la hay". Gran parte de lo que afirmaba terminaba siendo, generalmente, o una ironía, o una broma. Por eso, por mucho tiempo, cubrí esa frase con la manta homogénea con la que se resguardan ciertos recuerdos y con la que se los preserva de toda complejidad y de toda vida. Ahora, me tienta decirlo, lo entiendo. Una línea, otra, una superposición, una bifurcación.

Y lo veo a él, una media de cada color, olvidando sus llaves otra vez, mirando al horizonte con esos ojos verdes. Lo veo, ahí parado frente a un lago que me llevó a visitar, en una pequeña ciudad llamada Como. Lo veo, explicando la importancia de la duda sobre la existencia de un dios. Lo veo, señalando las estrellas en nuestra casita del bosque, dibujando con sus dedos cortos y gordos, el contorno de alguna constelación.

Comentarios

  1. Cuanto amor esta brotando en las palabras.

    La linealidad es una creación necesaria de la mente que nos aparta del panico.

    Dibuja la senda de la paralisis del saber anticipado.
    Esa en la que habitamos para evitar comprender que todo lo que existe, lo hace de modo finito.

    Que aunque parezca similar, no solo el camino se bifurca, sino que las suelas de los zapatos mañana no lo pisaran como ayer y es eso lo que lo modifica.
    Los tonos de los colores se mezclan de acuerdo al grado de luz que haya ingresado en nuestros ojos. Pero sin embargo, creemos ver siempre igual.
    Ah! pero esos instantes, esos...atesorados momentos en los que las aguas de la esencia salvaje que todo lo habita nos tocan, ahi la linea, es circulo y nos envuelve como el viento antes de la tormenta.
    Acordes que susurran intensa vitalidad, donde escapamos de la prision para ser.
    Tan solo minutos que no giran hacia atras, caprichosos nos tallan y muestran cuan desconocidos y desconcertantes podemos llegar a ser.
    La ilusion de creer que mañana el espejo calcara la misma imagen de quien creo ser.
    Es la linealidad que, rigida, nos resquebraja por dentro.
    Aunque absortos de soberbia nos aferremos a ella para no morir de valentia, para evitar abrir la mano y dejar caer el espejo.
    Aunque en esos nimios instantes en los que lo hacemos... realmente podemos volar.
    Dibujando nuevos trazos, aleatorios, aleteando, simplemente levantando vuelo...

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