Rubber Soul [19 de julio de 2014]

1980. Detuvo el motor del auto y apagó la radio de la Brasilia modelo 79. Me dijo: “Escuchá”. Y era eso, era el viento entre los pinos. El bosque y esos árboles y los caminos rojizos bajo nuestros pies.

2003. Olvida en su casa la maquinita de pasar música. Se la llevo, entro a la sala blanca, sin olor. Hay gente conectada a tubos, tubos que sacan, que llevan, que te alejan. Me pide disculpas una noche porque sabe que no va a poder rondar por mucho más tiempo, este reino.

1999. Mira la revista, con sorna, placer, desdén, orgullo. “A estos textos les falta sexo”, comenta, como al pasar, como quien sabe de pasiones.

1996. Caminamos las ciudades, sin tregua. Subimos hasta la iglesia blanca y visitamos el barrio de los pintores. Su francés es escaso pero cuando escucha el mío, lo sopesa. Los ojos de él y la luz sobre el mar. Los ojos de él y el pozo que me pierde: azul, verde, turquesa.

2004. Hay celebración y fiesta. Hay muerte. En la primera hoja de un libro que me regala, escribe: “Tu dificultad para entender la realidad”. Me conoce, me prepara.

2005. Estás fuera del tiempo, de los cuerpos. No la ves, pero ella es enorme y rubia y piensa. Piensa todo el tiempo. Dibuja y piensa. Los ojos son verdes pero de tierra, de pasto, de pies que pisan suelos que se le inclinan y le ofrecen fragancias increíbles. Lee y piensa. Y te piensa.

1975. En brazos, una nena, tan pequeña, que se te escurre. Un sillón negro, una camisa que no puede más de tanto cuello. Una biblioteca, un balcón, el río cerca, una madre, de pelo lacio y negro y ojos que arrebatan suspiros. Hoy yo tengo la edad de esa madre.

2002. No habla, por semanas. Ni siquiera en el hospital. Vuelve al trabajo. Pisa el piso sexto de la calle Paraguay, casi Suipacha. Los amigos lo visitan. “Ya no habla", dicen. “Enloqueció”, barajan. Él sonríe, sin embargo, y un día me susurra que el silencio es su refugio y que desde hace un tiempo, sencillamente, no tiene nada para decir.

2012. Tengo las rodillas raspadas. Y las mejillas rojas y los ojos como frutillas maduras. Me pierdo, me enojo, te extraño. Somos solo tres ahora. Me caí, como cuando era chica y tropezaba. Y las tres nos tapamos en mi cama los días de sol. Ana es pequeña y siento, a veces, que quiere volver a ser parte de mi carne, bien adentro, al abrigo de la sangre que me sostiene. ¿Por qué no estás vos para explicarme la lógica del amor?

2014, Julio, día 19. El avión aterrizó en Montevideo y manejé la ruta que tanto adorabas. Apenas salga el sol vuelvo al bosque del viento entre los pinos, abro las ventanas, me siento en tu sillón y miro la isla. Vos la poblaste de historias, de barcos hundidos y sirenas. ¿Sabrás qué pasó en estos diez años sin cuerpo? Miro afuera y la calle está en silencio. Duermen, ellas. Escribo, yo. Mi cabeza está aún en la ruta, mi cuello tenso, mis manos duras. Durante 130 kilómetros la radio esquivó prolijamente todas las buenas canciones del mundo hasta que por fin, en la subida cerca de Atlántida escuché unos pedacitos ajados del único disco mío que supiste escuchar.











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