Hoy

Nada. El tiempo, tal como lo conocíamos, se desvanece. Por un rato, los pájaros no van a volar, las hojas de los árboles dejarán de parpadear entre el verde y el amarillo, los autos, las calles, el viento, los hombres, las mujeres, solo por un rato, estarán en silencio. Sí. El tiempo, tal como lo conocemos, se desarmará. Es un momento, unas horas en un día, a la vuelta de cualquier esquina. Es apenas un fragmento, una partícula, un átomo, comparado con la tela entera, enhebrada, emprolijada, trabajada, durante tantos años. Y sin embargo, de pronto, ese breve lapso se parece mucho al todo, a la realidad, a las cosas que se ven y que se tocan, al roce de la tela contra la piel, a la arena que está siempre en el mismo lugar pero siempre, indefectiblemente, cambia.

Un telón que se levanta y cae antes de tiempo. Un muelle oscuro, una isla a lo lejos, caminatas, el mar en el pelo, en la espalda, en la boca. El gusto a sal, el sabor a humo. Todo era y todo es. La sal y el humo se mezclan. Se  levantan, tal vez nuevas, banderas. Otras, caen. Nuevas idiosincracias, viejas ideologías, muros abiertos que se pensaban cerrados. ¿Acción, reacción, emoción? Las cosas, dijo Caeiro o Reis o Pessoa, las cosas son el sentido oculto de las cosas. No buscar más, ya no pensar. Dejar que el tiempo se desarticule, hasta convertirse en una leve gota de lluvia, en un reflejo lejano, en un destello.