Lector y Traductor

Sin tiempo, sin respeto alguno por las coordenadas del espacio y lo tangible, algunas escrituras se instalan en el presente y refuerzan sus sentidos, de una manera soprendente. Cortázar es cuentista. Siempre lo creí y lo creo. Ni las novelas ni la poesía se le comparan a ese arte de tallar la gema, de concebir un microclima en cinco páginas, de cambiar el mundo tal como lo concemos, con un relato. Pero aquel verano tenía en mis manos Salvo el crepúsculo, un volumen que reunía sus poesías. Como siempre, el libro era además, amuleto, refugio, cristal para ver y también para ocultar. Y por primera vez en mi vida compartía literalmente la lectura. Como en Último round, como en Rayuela, el fragmento dominaba sobre el todo y Salvo el crepúsculo era -es- una fabulosa mezcla de "pedacitos" de otros poetas, de poesías del propio Cortázar, de textos manuscritos. Las citas son, eran, son, en francés. El inglés, la literatura en ese idioma, había sido siempre mi puerto más seguro, mi plataforma de operaciones. Poco francés en la escuela, mucho francés aquel verano. Mi compañero en esa lectura fue también mi traductor. Hoy, con el libro en la mano, las tapas amarillas, la foto previsiblemente crepuscular, recuerdo la arena, el mar rebelado, revuelto, y los dos lectores, solos, emprendiendo el camino entre tanta palabra desconocida. El que sabe francés le susurra a la anglófila posibles traducciones. La anglófila toma un lápiz y escribe en las páginas del libro, la versión susurrada de este fragmento en francés, de Marguerite Yourcenar: Sans doute avait-il la fièvre. Mais peut-être la  fièvre permet-elle de voir et d´entendre ce qu´autrement on ne voit et n´entend pas. El traductor le dice, casi al oído,ese significado velado: "Sin duda había fiebre. Pero puede ser que la fiebre le permitera a ella ver y entender eso que otras veces nosostros no vemos y no entendemos". De todos los fragmentos en francés, es el único que tiene, con la letra redonda y prolija de la anglófila, su traducción, trazada en lápiz negro, dictada en un murmullo que se mezcla con el del agua salada, las rocas, el viento. De todos los fragmentos del mundo, aquí esta éste, hoy, sin respeto alguno, sin miramientos, sin tiempo y sin espacio.

El traductor se levanta y se va. La lectora entra en el mar, como siempre, a pesar de que haga frío. Incluso si lloviera, entraría. Es que es el agua, verde, arenosa. Es el agua, a las siete de la tarde de un verano, y es imposible negarse a tanta belleza.

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