Madrid y París (27 al 30 de diciembre, 2011)


Un payaso que se llama Cachibache (con B larga) entretiene a los chicos en la Plaza de Oriente mientras el sol cae, rosado y amarillo, detrás del Palacio Real. Más atrás todavía, las montañas se asoman por entre las arcadas y las rejas. La música sigue siendo una constante en Madrid. Montada o no para los paseantes, se desliza entre las calles y provoca efectos, cambios sutiles o contundentes, en los caminantes.

En la puerta del Palacio Real un hombre digita una marioneta: es una muñeca antigua, que lleva un vestido azul de terciopelo y tiene ojos con pestañas movibles. La muñeca- marioneta toca el violín. Esta vez, no reconozco la melodía o tal vez sí, pero no la recuerdo.
Doy una vuelta en torno a la plaza y a los arbustos que forman pequeños laberintos. Miro aquello que está delante del palacio: edificios dispuestos de manera semicircular que parecen abrazar suavemente a la Plaza de Oriente, al payaso, a los niños que ahora saltan mientras Cachibache rasguea un rock en la guitarra. Tomo la cámara. La tomo como si fuera una prolongación de mis ojos. No es, ahora, la cámara que produce souvenirs, la que registra recuerdos casi obligados. No es la que testimonia que X estuvo en Y. X en el Palacio, X en la tumba de no sé quién, X en la Basílica de etcétera etcétera. No, se trata ahora de la cámara que es retina, que es ojo para otro o para otros que no han venido al viaje. Dos cuestiones. La primera. Mi papá, con quien recorrí una considerable parte del mundo, sentía una profunda irritación por las fotos testimoniales. Recuerdo una vez cómo su ira se desató cuando en un cementerio estadounidense, un grupo de turistas sonrientes se sacaba una foto muy pintoresca frente a la tumba del soldado desconocido. La segunda cuestión: el ojo pegado al lente, como si esa fuera - la visual- la única vía posible para el registro de los lugares. Es que, creo, no hay registro de lugares, hay, en todo caso, registro de la belleza, en cualquier forma que se presente.
Belleza 1: Una media luna en el cielo de Toledo, al atardecer, se coloca justo sobre una sinagoga que lleva el inquietante nombre de Santa María la Blanca.
Belleza 2: Las luces de alambre, aún apagadas, que cuelgan sobre la Calle Mayor, en Madrid.
Belleza 3: La lluvia, en cualquier ciudad, pero la lluvia sobre un puente sobre el río Sena, y una banda de jazz que toca y toca, a pesar del mal tiempo.
Belleza 4: Regresar a un lugar conocido, pero 15 o 18 años más tarde. Regresar y sentir que se vuelve a lo adorado, a lo propio, a lo que estuvo escondido, pero latente. Reconocer la belleza pasada y reactualizarla, en el presente. Todo eso bajo la lluvia, nuevamente, y en el interior de Shakespeare and Company, una librería parisina, sobre la Calle de la Boucherie, en la orilla izquierda del río.

La última noche en Madrid, por la Gran Vía, desde la Puerta de Alcalá (iluminada con la decoración pomposa y navideña), avanzaba una marcha, una protesta. También, para no quebrar el espíritu de la ciudad, sonaba música, solo que esta vez, no era clásica sino percusiva: era un un potente sonido de tambores, que me evocó otro ritmo, escuchado hace unas semanas, como fondo de lo que fue un sueño, una revelación. La marcha proseguía hacia la Puerta del Sol y mi camino me llevaba en sentido inverso. Con un sentido de compromiso, pero, esta vez, propio y no ajeno, íntimo y no ideológico (salvo, que en el fondo, sean, en definitiva, la misma cosa), giré en la esquina del Paseo de los Recoletos y así, con una extraña pero recobrada fuerza, me fui.
 
 

Comentarios

  1. Hola Elizabeth! Disculpá la molestia. Soy docente de la UBA y estoy en los inicios de una investigación sobre revistas literarias argentinas. Sé que publicaste la revista "Quesquesé" a fines de los 90 principios de este siglo. Me gustaría contar con ejemplares o copias de los mismos, para poder leerlos y bibliografiarlos. Me resulta imposible dar con ellos en hemerotecas de Buenos Aires. Te pediría, si no es mucha molestia, contactar conmigo a mi mail: filobiblion@yahoo.com.ar. Desde ya muchísimas gracias. Saludos. Juan C. Strocovsky

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